SABER PERDER

SABER PERDER

Juan Antonio Sarasketa. Presidente de ADECAP y presidente de Honor de la ONC

Tener licencia de caza no significa ni mucho menos ser cazador ni nada que se le parezca. A cazar se aprende cazando y a ser cazador sufriendo, compartiendo y poniendo límite al egoísmo entre otras facetas. Quienes conocen la realidad de la caza saben bien que por muy avezado que uno esté en estas lides, en cualquier momento el monte le sitúa momentáneamente en el escalafón más bajo de la cinegética.

Una liebre que se va a perro puesto por un rastrojo más grande que la esperanza, sin sosiego suficiente para enmendar con el segundo tiro las torpezas del primero. Un jabalí al que después de vaciarle el cargador en un portillo hay que cederle el paso para que no te atropelle. Incluso cuando viene uno de bolo por no haber sabido leer correctamente lo que nos dice el campo son asignaturas pendientes de la universidad de la caza. Y ésta es la que se encarga un día sí y otro también de hacernos ver lo poco que sabemos.

Y no me estoy refiriendo a los apasionamientos porque son siempre malos consejeros y debilitan los destellos de la razón. No, quiero referirme a esos que se creen la divina pomada, los que miran con cierto desdén conmiserativo a sus compañeros  y se autodefinen poco menos que como el azote de los animales. Así y todo estos soberbios y engreídos se quedan con un palmo de narices viendo escapar al más simple de los animales después de haber disparado toda su insignificancia por el ánima de los cañones. O esos otros que incapaces de admitir su inutilidad le pegan una patada al pobre perro que tuvo la inoportunidad de acercarse meneando el rabo después de mostrarle la pieza “que se marchó a criar”.

No es fácil saber perder y mucho menos admitir nuestras limitaciones por muchas escopetas de las que nos acompañemos. Afortunadamente la mayoría valora lo que supone quitar la vida a un animal y la dificultad y el respeto que debe conllevar. No voy a hablarles de los que prefieren el rancho al abrigo de una encina que sudar la camiseta, porque ni sufren, ni padecen, ni cuelgan. Ahora bien sus compañeros de acotado no les cambian por ningún otro socio. Normal. Eso de repartir que mal se nos da a los humanos.

Afortunadamente entre cazadores todavía hay muchos dispuestos a aflojar la marcha y dar la mano a los menos capacitados.